¿Porque nuestras ciudades son como son? Para comprender cómo llegamos aquí. Héctor Torres Casado


Héctor Torres Casado. Arquitecto egresado de la Universidad Central de Venezuela en 1989. En la gestión pública, se desempeñó como Presidente del Instituto del Patrimonio Cultural entre 2010 y 2011; fue Viceministro de Planificación del Sistema Nacional de Vivienda y Hábitat entre 2008 y 2009; y Viceministro de Obras y Proyectos Turísticos entre 2012 y 2013. En la academia es profesor de Diseño Arquitectónico en la Universidad Central de Venezuela desde 2001. Actualmente es Profesor-Investigador de la Fundación Escuela Venezolana de Planificación y cursante del Doctorado en Historia Insurgente (CNH-UNEARTE).
Resumen. El presente artículo comprende una reflexión sobre la forma y el proceso de nuestras ciudades desde el caso de Caracas, como ejemplo emulado en muchos sentidos al ser la capital. Después de una breve reflexión sobre los antecedentes prehispánicos, dando cuenta de la destrucción y exterminio de que fueron objeto nuestros pueblos originarios, así como de la resistencia que se expresa en la persistencia de sus culturas hasta el presente, un texto descriptivo en términos generales presenta los rasgos más relevantes que constituyen nuestras ciudades, para luego explicar sus razones desde la colonia hasta el presente. Es este un texto crítico e insurgente que expone los fenómenos mecanismos e intereses que configuraron nuestros espacios urbanos y las consecuencias que hoy padecemos en el funcionamiento, segregación social y exclusión entre otras consecuencias.

 ¿Qué sabemos de nuestros asentamientos originarios? 
Si aceptamos que todo asentamiento humano constituye ciudad[1] entonces la historia de la ciudad venezolana no comienza con la llegada de los españoles, al contrario, esa historia se remontaría a miles de años. De esa historia tenemos dos fuentes fundamentales: los cronistas y la antropología y arqueología. Los primeros, aunque describieron la materialidad que encontraron aquí de manera detallada, en su desprecio eurocéntrico, llenaron sus crónicas de los rasgos discriminatorios que justificaron la conquista. La segunda fuente, por su perfil de ciencia social, puede ser más confiable si construye la historia desde una epistemología crítica.


Según Iraida Vargas:

Las regiones geohistóricas existentes en Venezuela para el momento del contacto indoeuropeo fueron siete: el oriente de Venezuela, los llanos, los andes venezolanos, la cuenca del Lago de Valencia, Guayana y la cuenca del Lago de Maracaibo; esta última, en justicia forma parte de una región histórica más amplia, el noreste de Colombia.[2]
De acuerdo con la autora, la división en provincias de la capitanía general que configuró Venezuela no pudo sino reconocer estas regiones geohistóricas, producto de la dinámica social de las etnias antiguas venezolanas cuya vigencia llega incluso hasta hoy.

Esta geografía de la dinámica social de las etnias antiguas, que produjo numerosas expresiones en la configuración del hábitat, nos habla de la coexistencia del modo de producción tribal, caracterizado por relaciones sociales de producción comunitarias e igualitarias, como modo dominante, con otras formas secundarias. La variedad de pueblos originarios que aun existen en Venezuela dan cuenta de ello. Pueblos con idiomas distintos, casi todos de raíz Arawak o Caribe; distintas formas de organización social basadas en sutiles variaciones en la concepción de la familia; y también distintas formas de formalización del espacio vivencial, cuyas diferencias no se explican suficientemente desde el clima y paisaje sino desde las culturas.


En lo cultural, uno de los rasgos más persistentes en nuestros pueblos indígenas es la forma de la familia extendida, con diversas expresiones relacionadas con la estructuración de los liderazgos, que varían en cada pueblo. Así, la comprensión de las espacialidades correspondientes tiene que ver con el uso del espacio en función de sus culturas. En general, la vivienda es inseparable de los espacios abiertos que están entre ellas, plenos de significación. Las plazas Pumé, el espacio circular yanomami, las caminerías warao, los callejones Anú, los senderos wayuu, que dan cuenta de una dimensión que trasciende la casa, son imprescindibles para la comprensión de sus culturas de habitar. Por eso, la consideración objetual de sus construcciones autóctonas constituye un error común, que impide visibilizar aspectos de gran trascendencia como la ambigüedad entre la dimensión de la ciudad y la casa, la ambigüedad entre lo público y lo privado, las jerarquías que se expresan en las diferencias de las construcciones en una misma comunidad, etc.


La persistencia de la familia extendida, reivindica las dimensiones de los espacios de sus construcciones autóctonas, frente a lo que para nosotros (los criollos) es la vivienda mínima. El carácter simbólico de sus espacios y elementos formales, como representación de la cosmogonía y formas de vida de los distintos pueblos, también se revela como un asunto de gran importancia que varía de pueblo a pueblo.


El significado del techo a tierra yanomami en contraposición a lo que representa su extremo alto; En el caso de los Añú, la ubicación de la casa de la mujer mayor, quien ejerce el liderazgo como jefa de la familia, en una posición de modo que su cocina es equidistante de las casas de sus hijas; el área techada abierta al frente de la casa del chamán donde se realizan ritos colectivos de curación, en el caso de los Pumé; los caneys ubicados entre las casas, destinados a la preparación colectiva del casabe en los casos Yekuana y wotuja, así como la diferencia entre la casa circular colectiva Yekuana (ëte) y la casa familiar más pequeña, de forma rectangular y redondeada en los extremos (homokari), como expresión jerárquica entre familias de una comunidad. La coexistencia de conucos familiares generalmente cercanos a las casas y conucos colectivos más alejados, etc. nos hablan de una complejidad ancestral.


La mayoría de los asentamientos originarios, sobre todo en la región norte costera de Venezuela, fueron arrasados por los conquistadores por su desprecio a culturas que consideraron, convenientemente, inferiores y en atención a la máxima vitruviana de que: donde existía un asentamiento antiguo los recursos para la vida, la ausencia de plagas y riesgos ambientales estaban garantizados. En razón de esto, esos eran justo los sitios donde debieron fundarse las nuevas ciudades hispanas. Según Mario Sanoja, Caracas se fundó sobre la planta de una extensa aldea Caribe-Toromaima y el mal llamado “valle” estaba poblado por un sin número de asentamientos configurando una suerte de “ciudad caribe” cuyas evidencias persisten bajo el suelo caraqueño. También la destrucción de los símbolos y su sustitución por los de los conquistadores jugó un papel no menos importante. Sin embargo, las comunidades y los asentamientos de los distintos pueblos originarios que hoy existen, en su larga resistencia, a pesar de las agresiones a sus culturas por medio de las políticas de asimilación cultural que intentaron borrarlas al igualarlos a los criollos, especialmente en el tema de la vivienda y el hábitat, nos permiten, conectar el presente con el pasado y valorar los elementos constitutivos de una vida milenaria en comunidad.
Con su representación en las construcciones de sus pequeñas ciudades efímeras, que hoy constituye un legado útil a nuestro proyecto de país, formando parte fundamental de nuestro patrimonio cultural, podemos tener una idea de la magnitud de la destrucción de que han sido objeto nuestros pueblos originarios, que apenas en 1999 con la aprobación de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela han obtenido el reconocimiento que merecen.


¿Cómo son nuestras ciudades?  
Suelen tener un lugar que llamamos centro, con una plaza central que llamamos Plaza Bolívar, alrededor de la cual se encuentran una iglesia (generalmente ubicada al este y orientada hacia el oeste) y las sedes de instituciones civiles como el Consejo Municipal y la Gobernación. Sus calles conforman una cuadrícula que origina un sistema de manzanas dentro de las cuales se ubican las edificaciones, generalmente pegadas (es decir adosadas) unas con las otras y alineadas justo al frente, de manera que entre la fachada y lo público no hay espacio intermedio ni muros o rejas. Así, el sistema parcelario corresponde a lo construido en el frente y los linderos laterales.

Más allá de este lugar que llamamos centro, aunque ya haya dejado de serlo en realidad, las ciudades se han expandido mediante la construcción de urbanizaciones que ya no siguen el mismo patrón. Las edificaciones, distribuidas en parcelas, ya no están pegadas unas con las otras sino, al contrario, dejan pequeños espacios entre ellas llamados “retiros laterales”. Tampoco se encuentran alineadas al frente y suelen tener un espacio intermedio entre la fachada y lo público que se denomina “retiro de frente”. Este, hace mucho tiempo, solía estar ajardinado y sin cerramiento, pero ahora, especialmente desde la década de los 80 del siglo XX, es común verlo encerrado con muros o rejas, o techado para uso comercial. También los retiros laterales suelen ocuparse de manera parecida. Las calles ya no conforman necesariamente una cuadricula y cuando lo hacen ya no producen manzanas cuadradas sino mas bien rectangulares.


Hay otras urbanizaciones en las que los edificios de vivienda están colocados sobre terrenos muy grandes que no han sido divididos en propiedades. En ellas los edificios suelen estar más alejados los unos de los otros y los terrenos, que pueden albergar muchos edificios, conforman manzanas gigantescas, comúnmente de formas irregulares. De ese modo, no siempre podemos describir el trazado de sus calles como sistemas de calles y manzanas en los términos del lugar que llamamos centro. En los grandes espacios que hay entre los edificios se encuentran grandes estacionamientos a cielo abierto, algún centro comercial, una escuela, etc. También grandes jardines que, al no pertenecerles a nadie suelen verse descuidados.


En el lugar que llamamos centro, las edificaciones suelen ser esas que llamamos “coloniales” o “tradicionales”. Son casas de patio de una o dos plantas, con grandes portones, ventanas no muy anchas pero muy altas, zaguán y corredores alrededor del patio. En ese lugar, el comercio, las actividades productivas, de servicio y las instituciones suelen estar mezcladas entre las casas, que constituyen la mayoría de las edificaciones. Sin embargo, con el paso del tiempo muchas de estas casas “coloniales” han sido sustituidas por edificios más nuevos y altos que, dependiendo del momento de su construcción, pueden mantener las características de alineamiento al frente y adosamiento, o romper con el patrón original introduciendo espacios intermedios entre la fachada y lo público, con cerramientos de muros o rejas.


La presencia de edificios de cuatro o cinco pisos que mantienen las condiciones de alineamiento y adosamiento, tanto en el lugar que llamamos centro como en ensanches de la ciudad, muchas veces se debe a la inmigración promovida desde el estado, a veces de extranjeros que huyeron de la destrucción de la segunda guerra mundial y otra de extranjeros que fueron traídos, desde una visión de corte fascista, para, supuestamente “mejorar la raza”. También a la sustitución de las casas de patio por edificios corporativos de influencia norteamericana. En algunos casos vemos que la sustitución de las “casas coloniales” se ha hecho con edificios de mucha altura generando grandes contrastes en la apariencia de la ciudad.


Las urbanizaciones que extienden la ciudad más allá del centro, suelen especializarse como exclusivamente residenciales o como lugares donde se desarrollan, sin o casi sin viviendas, actividades productivas, comerciales o de servicios. En el caso de las residenciales, el comercio y otros servicios, que denominamos equipamientos, no se encuentran diseminados entre las viviendas sino que se concentran en centros comerciales y otras edificaciones especializadas como escuelas, clínicas etc. ubicadas en sitios periféricos a los que la mayoría de los residentes no pueden ir caminando.


Estas urbanizaciones, sean de edificios distantes colocados en grandes terrenos que no se han dividido en propiedades, o de parcelas con edificaciones separadas por pequeños espacios entre ellas, pueden estar constituidas por casas unifamiliares de una o dos plantas, cuyas características varían dependiendo del segmento social al que se destinan, o por edificios, cuya altura puede estar entre las cuatro o cinco plantas y las veinte o más.


También hay en nuestras ciudades asentamientos no proyectados que llamamos “barrios”, construidos por oleadas de familias que migraron del campo a la ciudad en busca de mejores circunstancias de subsistencia. Estos se ubican en los sitios que a nadie más han interesado por presentar condiciones inapropiadas o desfavorables para la urbanización y la vida, y se caracterizan por la auto-construcción precaria, la ocupación intensa del suelo y la promiscuidad espacial que se expresa en la yuxtaposición sobre el mismo terreno de distintos espacios de carácter privado (mi terraza sobre el techo del vecino, la ventana hacia el patio del vecino, etc). También por la carencia de servicios y equipamientos. 


De la conquista y la colonia a la república
Ese lugar que llamamos “centro” es un legado de la conquista y colonización de nuestro continente por parte del imperio español durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Constituye hoy nuestra ciudad histórica e independientemente del propósito de dominación de su origen, forma parte de nuestro patrimonio cultural edificado. Ese lugar es generalmente el sitio donde la ciudad fue fundada por los españoles en el proceso de la conquista. Proceso en el cual la ciudad fue la estrategia de ocupación del vasto territorio americano que estableció la corona para su dominio a distancia.


La obligación de fundar villas y ciudades se establecía en las capitulaciones, que eran una especie de contratos mediante los cuales la corona autorizaba a los conquistadores adelantados a venir a América en busca de riquezas y señorío sobre las tierras. De ese modo, si los conquistadores adelantados ambicionaban el señorío que no podían tener en España, el Rey, con esa oferta sobre un territorio por descubrir, exigía a cambio la creación de la institucionalidad que le garantizaría el cobro de tributos.


La expedición se hacía a cuenta y riesgo del expedicionario, quien a cambio era compensado con el señorío y las riquezas de tierras y minas. Este tenía obligaciones entre las cuales estaba la de poblar (con cristianos) mediante la fundación de nuevas villas, pueblos y ciudades. Pero esa obligación, además de tener el propósito de establecer la autoridad de la corona sobre el territorio, también era el instrumento legal para establecer el alcance territorial de la capitulación del adelantado. Por lo tanto, el proceso fue caótico por la combinación de dos factores, el primero, por tratarse de un inmenso territorio desconocido para los españoles y, el segundo, por configurarse como un sistema de competencia en el cual el adelantado, una vez que llegaba a una costa, se apuraba a adentrarse en el territorio para abarcar, mediante la fundación de ciudades, la mayor porción posible, antes de encontrarse con otro que hubiera emprendido la conquista desde otro punto de llegada.


Los adelantados tenían el derecho a gobernar los territorios que conquistasen, y este proceso resultó con el tiempo, en lo administrativo, en una organización territorial que no fue producto de ninguna planificación sino del azar. Para fundar una villa o ciudad se requería de licencia que era otorgada por el Rey o Virrey. Fundar una villa o ciudad sin licencia era un delito que podía acarrear la pena de muerte, la cual aplicaban los propios gobernadores en defensa de sus derechos sobre el territorio de las capitulaciones. Pero ¿Cómo podían ser tan precisas las delimitaciones de las distintas capitulaciones en un sistema de organización territorial formado de manera caótica y en un territorio desconocido? Evidentemente se suscitaron conflictos y disputas, en tanto los adelantados se entendieron a sí mismos como rivales en el proceso de realización de sus ambiciones. En ese contexto, la consideración de la fundación sin licencia como un delito capital, representó un elemento auto-regulador del proceso que favoreció el control por parte de la distante corona española, en tanto los conquistadores atendieron las normas dictadas por esta y defendieron sus derechos establecidos en las capitulaciones en función de esas normas, tomando la justicia en sus propias manos.


La fundación de villas y ciudades se hacía mediante un acto protocolar que era parte de las instrucciones que traían los conquistadores, cuyo registro se hacía mediante acta redactada por escribano, la cual era enviada a la real audiencia correspondiente o a España. En consecuencia, antes de su construcción la ciudad ya existía como hecho inmaterial en lo jurídico, Acarreando derechos y obligaciones. También era parte de esas instrucciones la forma del trazado de la ciudad.


Las instrucciones, al igual que las capitulaciones, eran prácticas de vieja data que se habían realizado en la reconquista de la península ibérica durante la expulsión de los árabes, a lo largo de la llamada edad media en Europa. En lo que atañe a la geometría regular del trazado de las ciudades, el elemento fundamental en esa larga tradición estaba constituido por la repartición de los solares (parcelas), lo cual se hacía en proporciones regulares. Por eso, aunque el predominio de calles rectas si bien tenía sus influencias en experiencias y planteamientos desde la antigüedad, y en razones defensivas, era la división equitativa de la tierra lo que en el fondo imponía la necesidad del orden.


Las instrucciones dadas a Pedrarias Dávila en 1513, así como las dadas en 1521 a los que hicieran descubrimientos en tierra firme y las dadas a Hernán Cortez para el poblamiento de la Nueva España en 1523, no conducían de manera infalible al esquema de retícula regular, pues solo se referían de manera general al orden que había que guardar al hacer las ciudades; a las calles rectas como una preferencia; a la reserva del espacio de la plaza como origen de la ciudad y a la construcción de la iglesia como primera necesidad.


Por supuesto, si la plaza era el origen de la ciudad y las calles se trazaban desde ella, esto debió haber resultado en el predominio de la retícula, aunque no siempre compuesta de calles que se cruzan bajo ángulo recto y de manzanas cuadradas o perfectamente rectangulares, divididas en cuatro solares. De ese modo, convivieron en el proceso de conquista la adopción de trazados irregulares con trazados regulares, como puede apreciarse en los casos de Cumaná y Coro, como ejemplos de tramas irregulares y Cholula y Oxaca, fundadas en años cercanos, como ejemplos de tramas regulares de gran perfección, al igual que las de Caracas o Valencia, fundadas mucho después. Cuando se publicaron las Ordenanzas de Descubrimiento y Población de Felipe II en 1573 conocidas como “Leyes de Indias”, la mayoría de las ciudades que hoy conocemos ya habían sido fundadas, razón por la cual, no resulta tan fácil atribuir el orden de sus trazados a esas normas. Las ordenanzas constituyen más bien una recopilación de la experiencia, tanto normativa como práctica, que se había desarrollado en tres cuartos del siglo XVI, e incluso, de la experiencia desarrollada en la península ibérica durante la edad media, de donde vienen las capitulaciones y las primeras instrucciones.


Como hemos visto, la ciudad comenzaba con el acto protocolar de la fundación en el lugar escogido para la plaza, donde no existía nada, a menos que se estuviera fundando sobre una pre-existencia precolombina que era arrasada. Aunque esto se hacía sobre un lugar ya controlado por la fuerza, las luchas con los pobladores originarios podían durar mucho tiempo e incluso, como sucedió en no pocos casos, podían acabar con el proceso iniciado con la fundación. Así, la ciudad se originaba como una especie de fuerte protegido por una empalizada, donde se establecía un campamento provisional, ¿Cuánto duraba ese campamento provisional? Al parecer nadie puede asegurarlo. La construcción de la ciudad en función de las instrucciones era un hecho posterior.


En consecuencia, la ciudad era primero un hecho jurídico, administrativo e inmaterial, cuya materialización estable y durable podía durar años. No en vano, el rey, después de promulgar las Ordenanzas de Descubrimiento y Población de 1573, solicita a los gobernadores los informes conocidos como Relaciones Filipenses, de donde se originaron los primeros planos de muchas de las ciudades hispanoamericanas que conocemos hoy. De esos planos, llaman la atención algunas de sus diferencias. En primer lugar encontramos planos figurativos y planos abstractos o esquemáticos. Así, podemos comparar, por ejemplo los planos esquemáticos de Caracas (1578) y Barquisimeto (1579) con el plano de El Tocuyo (1579) que es una perspectiva que, aunque ingenua, figurativa. Entonces, cabe la pregunta: ¿Qué era lo que existía realmente?


Algunas ciudades deben haber resultado más atractivas que otras para quedarse, en tanto proveían a los españoles las riquezas inmediatas que buscaban. Esas probablemente se edificaban más rápido, las otras seguramente debieron transitar procesos accidentados para consolidarse, lo que pudo haberlas mantenido como unos campamentos precarios por mucho tiempo.


En consecuencia, los españoles primero se interesaron más en la tierra no urbana y en las minas que en construir la ciudad, pues la tierra urbana no tenía ningún valor y solo servía a los intereses de la corona para afianzar sus instrumentos de dominación a distancia. Mientras tanto, la tierra no urbana representaba la verdadera fortuna. Sin embargo, las ciudades terminaron construyéndose en tanto esto era una obligación de la cual dependían también los títulos sobre las tierras no urbanas. En su construcción resultaron de una gran coherencia formal, no solo en sus trazados sino también en la arquitectura. Sin embargo, la arquitectura no formaba parte de las instrucciones, las cuales solo versaban sobre el trazado de la ciudad. Por el contrario, la Arquitectura llegó en la forma de tradiciones formales y constructivas en tipologías como el edificio de patio, para el caso de los edificios públicos y la arquitectura doméstica residencial; y la basílica y la ermita para el caso de los templos.


La construcción con base a tipologías edificatorias fue lo que le otorgó a las ciudades hispanoamericanas una gran coherencia formal, al punto que terminaron constituyendo tejidos de casas patio con las iglesias como elementos jerárquicos. El planteamiento de que tanto la ciudad como la arquitectura se iniciaran desde la reserva del espacio libre (la plaza y el patio) es de lo más interesante por resultar en la subordinación de lo construido a la configuración del espacio público. En consecuencia, la ciudad resultó también ordenada, no solo en lo que se refiere al trazado de sus calles, sino en el alineamiento de las fachadas de los edificios, las escalas uniformes determinadas por la regularidad del parcelario, y la homogeneidad de la arquitectura de patio que, aunque anclada en el tipo, se expreso en múltiples y sutiles variaciones que condujeron a una gran diversidad dentro de la regularidad.


El siglo XX: Expansión urbana por urbanizaciones y por barrios
La expansión de las ciudades más allá de ese lugar que llamamos centro, en Venezuela, comienza en Caracas en 1906 con la urbanización “El Paraíso”. Esta urbanización, construida, en principio, justo al sur del rio Guaire, desde donde se podía mirar la ciudad histórica, se fundamentó en el modelo de “ciudad jardín” formulado por el sociólogo inglés Ebenezer Howard, quien lo había publicado apenas tres años antes (1903) en su libro “garden cities of tomorrow”. Sin embargo, en tanto las ciudades jardín en Europa ya eran construidas por medio de la inversión privada con la participación de banqueros, obviamente con fines de rentabilidad, los planteamientos altruistas y reformistas iniciales del sociólogo inglés ya habían sido abandonados. Así, de las pretensiones de hacer ciudades autosustentables y equilibradas para los trabajadores, la idea de ciudad jardín se transformó en el suburbio jardín exclusivamente residencial, destinado a quienes pudieran pagar.


La Urbanización “El Paraíso” como primer ensanche de la ciudad de Caracas que se desarrolla al sur del rio Guaire y sobre el paseo “El Paraíso”, extendiéndose luego hasta los límites con la hacienda “La Vega”, se diseña con base a una estructura de grandes parcelas (2000m2) en ocasiones alineadas en torno a un eje vial y en otros dispuesto en calles y manzanas. Estas estuvieron destinadas a las más acaudaladas familias caraqueñas, determinando que la ciudad jardín venezolana, que inversionistas y hacendados del valle identifican como una forma ideal para invertir los excedentes de capital, se convirtiera simultánea y convenientemente en un símbolo de estatus.


No resulta extraño que la ciudad jardín, supuestamente concebida para los trabajadores, terminara destinada a los más acaudalados, pues ya en la Inglaterra de mediados del siglo XIX, frente al deterioro de la vida en las grandes ciudades, los ricos habían optado por irse a vivir en sus mansiones ubicadas en fincas en las periferias. Adicionalmente, al ser las ciudades jardín desarrolladas por la iniciativa privada esto, sin duda, debe haber generado una contradicción importante con los planteamientos altruistas iniciales. La ciudad jardín sirvió entonces al éxodo de las clases ricas y medias adineradas que podían pagar, en tanto las inversiones debían ser recuperadas y más allá, presentaban una gran oportunidad rentable para los inversionistas.


El proceso y la forma de expansión de la ciudad de Caracas mediante el suburbio jardín, fue posteriormente emulado por las otras ciudades importantes del centro norte costero del país. Por eso el relato del caso caraqueño puede ilustrarnos lo que sucedió a destiempo en esas ciudades, con resultados muy parecidos en las discontinuidades de tejido y la segregación social, entre otros fenómenos.


El proceso de ensanche de la ciudad de Caracas continuó hacia el este, lo cual puede verificarse en plano dibujado por el Ingeniero Eduardo Rohl en 1934. Anota De Sola:

Este plano marca una etapa fundamental en el desenvolvimiento del siglo XX. Ya la ciudad principia a crecer manifiestamente hacia el este, en esta ocasión debido al empuje de la iniciativa particular. Don Luis Roche es el abanderado de este movimiento de expansión hacia el este y junto con Don Juan Bernardo Arismendi inician con “La Florida” (1929) una serie de urbanizaciones que en el futuro han de cambiar el centro de Caracas a sitio muy lejano de la Plaza Bolívar.[3]
Este proceso fue favorecido por la renta petrolera que ya en 1926 superó los ingresos nacionales por otros conceptos. Pero no solo fue favorecido por la renta sino por la relación que se estableció entre el Estado y los inversionistas particulares, Dice RTG:
En el sector de la vivienda y el desarrollo inmobiliario es donde se puede apreciar de manera especial esta alianza de intereses. A pesar de la existencia del Banco Obrero, las urbanizaciones privadas se desarrollaron en simultáneo junto con los asentamientos informales de la población atraída a los centros de producción petrolera y administrativa. El éxodo se dio finalmente, pero con una absoluta falta de planificación. Los sectores privados estaban más que todo movidos por el valor de uso y cambio de la tierra, adecuándose a la oferta existente de terrenos de haciendas ociosos o trabajados y no a una concepción organizativa del territorio.[4]
En este proceso de urbanización, con el modelo de ciudad jardín, no existió plan alguno ni visión de desarrollo o proyecto de ciudad. Por el contrario, el proceso estuvo dominado por voraces iniciativas fragmentadas que dieron como resultado un ensanche construido por retazos, como puede apreciarse en el mismo plano de Rohl que ya hemos comentado. Otra consecuencia de este proceso fue la segregación de la sociedad en el espacio urbano. Señala RTG, citando el anecdotario de Luis Roche:
Había la certeza de que era el momento adecuado, había facilidad en los trámites y créditos, existía una gran cantidad de terreno aún por urbanizar con dueños ávidos de entrar en el auge inmobiliario para dejar atrás el pasado agrícola y una población cautiva a la cual ofrecer estos nuevos desarrollos.[5]
Evidentemente la oferta de los nuevos desarrollos estaría dirigida a quienes pudieran pagar, lo cual unido a la significación de “estatus” que había adquirido ya la ciudad jardín como una nueva forma de vivir, implicaría la división social de la ciudad con consecuencias que hasta nuestros días están presentes.

La ciudad jardín no se construyó según el esquema radial ideal con el que Ebenezer Howard la formuló, ni siquiera la primera que se construyó en Inglaterra (Letchworth 1903) resultó así. Tampoco la idea de comunidades auto-sustentables que formaba parte del planteamiento de Howard se hizo realidad. Al contrario, el modelo resultó funcional, por su pragmatismo, a la inversión de excedentes de capital, en el caso de Venezuela, ni siquiera producido por la iniciativa privada que, en sociedad con un Estado complaciente, incapaz de planificar la inversión de sus excedentes, se apropió de la renta petrolera también por la vía del proceso de urbanización.


En su construcción, la ciudad jardín no se sustentó en tradición alguna ya que se trataba de una invención que proponía una nueva manera de vivir que combinaba las bondades del campo y la ciudad. Por lo tanto, en su forma, la ciudad jardín no constituía la representación, en lo cultural, de ninguna sociedad existente. Por el contrario, fue un hecho completamente artificial que solo cuando se convirtió en símbolo de estatus social adquirió, de manera bastarda, representatividad. Además, la ocupación del territorio que determinó su división en urbanizaciones no respondió más que al orden en que fueron dándose las oportunidades de inversión.


En la arquitectura también se pretendió expresar una nueva manera de vivir, desechándose la tipología de edificio de patio y dando paso a la invención que derivó, sin negar la presencia de algunas arquitecturas notables, en una imagen urbana pintoresca, frívola y artificial. Por otro lado, la disposición de jardines al frente de las casas alejo y el sobre dimensionado de las calles el espacio público de la mirada constante de los residentes, convirtiéndolo en un espacio solitario, anónimo (no simbolizado), cuya predeterminación no tuvo más la potencia de la ciudad concebida desde el vacío como elemento jerárquico en lo espacial.


Simultáneamente al desarrollo del modelo de ciudad jardín hacia el este por parte de la iniciativa privada, el Estado comenzó a desarrollar urbanismos de vivienda obrera. La vivienda obrera tiene su origen en la Europa de mediados del siglo XIX, como respuesta a la necesidad de albergar la creciente masa de trabajadores que era atraída por las industrias. En Venezuela, la construcción de este tipo de desarrollos constituyen las primeras expresiones de vivienda social como respuesta a la atracción que representaron los centros urbanos (administrativos) e industriales (petroleros) para la búsqueda de mejores condiciones de subsistencia.


Se realiza, en el caso caraqueño, hacia el oeste porque, siendo los terrenos de las haciendas hacia el este de la ciudad presa del negocio inmobiliario, adquirieron valor de cambio y simbología de estatus, mientras los terrenos del valle de Catia, que ya contaban con ocupaciones de las clases más desposeídas desde tiempo atrás, eran económicos y en términos de significación se identificaban ya con los pobres. De esa manera vemos urbanismos de vivienda obrera de diversas épocas tanto en Caracas como en ciudades como Maracay, Valencia, Barquisimeto, Maracaibo, etc. Ciudades que a destiempo siguieron los pasos de la capital.


Las primeras intenciones de planificación urbana en Venezuela comienzan en Caracas con la primera fotografía aérea de la ciudad (aerofotogrametría) en 1936. Las urbanizaciones del este caracterizadas por amplias calles que soportaban el creciente parque automotor de la pequeña burguesía, contrastaba con las estrechas calles de origen colonial del centro, lugar donde se instalaban las empresas privadas de quienes vivían ya en el este. En razón de esto y debido a que en las calles estrechas del centro el trafico se atascaba, esa clase, favorecida por su ya mencionada alianza con el Estado, fue la que tomó las riendas de la planificación urbana, y lo hizo de la manera más egoísta para satisfacer sus necesidades de movilidad y estacionamiento.


Dos propuestas de abrir una gran avenida que conectara el este con el centro se presentaron. Entre ellas la de Luis Roche. En el dibujo de Roche sin embargo, puede apreciarse la ausencia de conciencia alguna de los dispositivos para la circulación vehicular. No se determinan canales por sentido de circulación, y los vehículos lo hacen aparentemente sin reglas, estacionándose en los bordes como a cada quien le parezca.


En 1938 el urbanista francés Maurice Rotival, ávido en la búsqueda de oportunidades de trabajo en países del “tercer mundo” viene a auto promoverse para la elaboración del plan urbano, seguramente en conexión con algún funcionario de alto nivel. El conocido como “Plan Rotival”, realmente publicado en 1939 en revista municipal bajo el nombre de Plan Monumental de Caracas, tiene como elemento fundamental, además de la apertura de la Avenida Bolívar, la ampliación de las vías principales del centro. De ese modo, su perfil fundamentalmente vial marcaría toda la experiencia de planificación urbana en Venezuela, incluso hasta nuestros días. Este enfoque de planificación urbana que considera el asunto vial como su elemento más relevante es el enunciado por el arquitecto franco-suizo apodado Le Corbusier, mediante su libro “Urbanisme” publicado en 1924, traducido en español bajo el título “La ciudad del futuro”. El planteamiento de Le Corbusier, recoge algunos elementos del planteamiento de ciudad jardín de Howard, que ya hemos mencionado, pero en el momento en que el sociólogo inglés formuló su modelo, el desarrollo del automóvil distaba mucho de la masificación como medio de transporte que adquiriría a partir de 1908 con los avances de Henry Ford en la producción en serie y el modelo “T”.


La justificación y respuesta higienista, la idea de ciudades satélites para la expulsión de los trabajadores y la franja verde protectora que separa la ciudad central de las ciudades satélites, son elementos compartidos por ambos modelos. Sin embargo, mientras Howard no se planteó la remodelación de la ciudad central, Le Corbusier propone la remodelación total de esta para adaptarla a lo que denomina “el nuevo ritmo de la vida moderna”. En el análisis de este último, el elemento vial y la apuesta a la supuesta capacidad de movilidad a velocidades y distancias antes impensables constituyen, con una anticipación ingenua por ser hechos no experimentados hasta entonces, el argumento central de su modelo. Con ese argumento, el planteamiento de ciudad de usos segregados de Howard adquiere en Le Corbusier una dimensión más dramática.


Otro elemento importante en el planteamiento de Le Corbusier, no presente en el modelo de Howard, es la utilización del “prototipo” para idealizar la ciudad, reduciéndola a unas pocas arquitecturas que se repiten muchas veces, geométricamente ordenadas en el territorio. Este planteamiento realizado para una ciudad ideal de negocios de 3.000.000 de habitantes, tanto para el uso residencial como para las áreas de negocios, paradójicamente, prescinde de un interés primordial del capital que consiste en la producción fragmentada de símbolos que compiten entre ellos. Además resulta imposible de ejecutar en el contexto de la actuación fragmentada del capital en la construcción de la ciudad. Solo un estado fuerte podría ejecutar tal cosa, lo que constituye una contradicción ideológica que podría explicar porque este planteamiento fue apropiado por los estados progresistas, aunque solo para la construcción de vivienda social.


Son ejemplos de esto en Venezuela los casos de los urbanismos del 23 de enero, Caricuao, Lomas de Urdaneta, etc., en Caracas, y otros tantos, realizados en grandes lotes de terreno sin división de la tierra en propiedades (parcelas), bajo los mismos principios en las ciudades importantes del norte costero. Así mismo, los nuevos urbanismos como ciudad Caribia, ciudad Belén, entre muchos otros de la Gran Misión Vivienda, que independientemente de las diferencias entre sus arquitecturas, pueden considerarse realizados bajo esos principios que deberíamos haber superado hace mucho tiempo.


Ahora, si el suburbio jardín, por su significación de estatus y vocación rentable, estuvo destinado a quienes pudieran pagar, por otro lado, la vivienda social, fue siempre dramáticamente insuficiente con respecto a la demanda que representó la migración de enormes contingentes de población del campo a la ciudad. En consecuencia, la gran mayoría de la masa migrante quedó excluida del acceso a un hábitat digno y tuvo que arreglárselas como pudo. De ese modo se originó, en aquellas áreas que a nadie más interesaban por presentar condiciones desfavorables para la construcción y la vida, lo que aquí en Venezuela conocemos como “barrios”.


En los centros industriales de la industria petrolera, a las puertas de los campos en donde vivían los gerentes y profesionales de las empresas transnacionales, también se instalaron grandes contingentes que aspiraban, en calidad de “trabajadores de reserva” la oportunidad de ingresar en la industria como trabajadores regulares. Así, también se originaron en torno a los campos petroleros asentamientos precarios similares a los barrios de las ciudades, en donde, quienes estaban a la espera de una oportunidad de trabajo formal, se dedicaron a la prestación de todo tipo de servicios como lavado y planchado, reparaciones artesanales, expendio de comida y bebida, bares y prostitución.


El siglo XX: La introducción del “Zoning” en la planificación
Paralelamente a las primeras intenciones de planificación urbana en Venezuela, la influencia norteamericana se hizo definitivamente fuerte, especialmente después del fin de la segunda guerra mundial. Desde esa influencia, se promovieron carreteras y autopistas, centros comerciales y edificios corporativos, hospitales y un ambiente de “modernización” que se hizo presente en las ciudades, especialmente en Caracas.


Al Plan Monumental de Caracas se superponen el Plan Nacional de Vialidad, que preparado en 1947 constaba con una red nacional de carreteras, y otras infraestructuras necesarias para privilegiar la relación con el norte, y el Plan Arterial preparado por el norteamericano Robert Moses, planificador auspiciado por la Rockefeller Foundation, en 1948. Este último comprendía como elementos fundamentales las autopistas del Este y Caracas-La Guaira, además de vías expresas deprimidas (Av. Libertador y Nva. Granada) y la interrupción interesada del uso del ferrocarril Caracas-La Guaira y los tranvías caraqueños que habían servido al pueblo desde 1909. 


A mediados de la década de los cincuenta del siglo XX, ya ejecutados los proyectos viales más importantes del Plan Monumental de Caracas, Francis Violich, planificador urbano de la Universidad de California Berkeley entre 1940-1970, quien había realizado un recorrido de diez meses por Latinoamérica, se casa con la hermana María Antonia Sanabria del Arquitecto Tomás Sanabria. Ese hecho potencia su relación de intercambio profesional especialmente con Venezuela. A este arquitecto, también estadounidense, se debe la introducción en Venezuela de lo que se conoce como el “zonning”. Violich, como en los otros países en los que participó como planificador, también “casualmente” auspiciado por la Rockefeller Foundation, se encontró con la enorme influencia de las ideas urbanísticas europeas tanto de signo haussmaniano como del movimiento moderno, ya en pleno auge.
Hacia principios de los años cincuenta del siglo XX, el urbanismo, que había ido lentamente ganando su autonomía como disciplina, se desenvolvía en el marco de lo que se conoce como “comprehensive planing” basado en la determinación del uso segregado de la tierra. Hacia la segunda mitad de la misma década, un nuevo paradigma que hace de la disciplina un asunto de cálculo y proceso científico comienza a establecerse, basado fundamentalmente en la planificación de la movilidad, como una manera precisa de anticiparse a la demanda representada por el tráfico vehicular, en función del uso de la tierra.


La diferencia de este nuevo paradigma conocido como “systems planning” con el “comprehensive planning” radica en su carácter puramente pasivo frente al perfil de actuación directa realizado mediante la renovación urbana del otro. Así, la zonificación llega atada a la idea de ciudad de usos segregados, que consiste en la división de la ciudad en grandes zonas especializadas en el uso residencial, asistencial, o comercial, etc, conectadas por vías expresas; en contraposición a la mezcla de usos y la ciudad compacta que había prevalecido hasta entonces.


Frente a la ejecución de las grandes avenidas contempladas en el Plan Monumental de Caracas y las autopistas del plan arterial, mediante la actuación por parte del estado en la construcción rápida de grandes obras, se plantea continuar la ejecución del plan vial indirectamente, a través de regulaciones que, atendidas por actores inversionistas en el campo inmobiliario en la ejecución de sus proyectos particulares, condujeran a la ejecución de los proyectos ampliación de vías y otros elementos de interés público. Otorgándoles a los inversionistas, a través de la zonificación, atractivas posibilidades de rentabilidad de la tierra urbana, se les exige retiro de frente, retiros viales, estacionamiento para automóviles, reservas de terreno para equipamientos públicos, etc. De ese modo, la estrategia de la zonificación se apoya en la estimulación de la capacidad rentable del suelo urbano a fin de atraer a los inversionistas a participar en el desarrollo de la ciudad a través del negocio inmobiliario.


Las exigencias de área mínima de parcela y frente mínimo, relacionadas con cálculos relativos a proveer estacionamientos para los automóviles, se establecieron en contradicción con la estructura parcelaria existente, de modo tal, que para poder aprovechar la máxima capacidad rentable del suelo, los inversionistas debían juntar varias parcelas para conformar una nueva, que reuniera lo exigido por la zonificación. Adicionalmente, mientras más grande resultara la nueva parcela el inversionista era premiado con más capacidad rentable, la cual aumentaba exponencialmente con la integración de varias parcelas. Siendo así, solo los grandes inversionistas terminaron siendo los sujetos de participación: el pueblo, propietario de pequeñas parcelas quedó excluido, restándole solo la posibilidad de vender o resistir. Sin embargo, las cosas no funcionaron a cabalidad según lo planeado. Algunos proyectos viales nunca se ejecutaron, otros intereses se superpusieron y la propia zonificación se encontró con las limitaciones de sus normas, dejando zonas de la ciudad sin la ansiada remodelación urbana.


Posteriormente, en 1987 se aprueba la Ley Orgánica de Ordenación Urbanística, con lo cual no se hizo sino confirmar el perfil excluyente que ya en la práctica había adquirido el desarrollo urbano en todo el país. La idea de ciudad es la gran ausencia que se puede apreciar en todo el contenido de la Ley y aunque se menciona la palabra en unas pocas ocasiones, en términos conceptuales solo se habla del “crecimiento armónico de los centros poblados” como objetivo. Mientras tanto, pareciera confirmarse que la ciudad se construye como una sumatoria de urbanismos, es decir: por retazos. Así mismo, la Ley es de una gran pobreza conceptual como consecuencia de su perfil pragmático y el perfil administrativo, fundamentalmente orientado a la administración de la actuación de la iniciativa privada en el negocio inmobiliario.


La ausencia de la idea de ciudad no es casual. Tiene un trasfondo ideológico que vacía el desarrollo urbano de contenidos, situándolo estrictamente como un negocio. Para eso, se desarrolla la norma solo a fin de aportar el marco legal para su funcionamiento. En los elementos que constituyen las variables urbanas fundamentales establecidas en la Ley, se aprecia la ausencia de condiciones cualitativas para desarrollo urbano. Por el contrario, se orienta estrictamente a lo numérico que permite el cálculo de la rentabilidad de las operaciones inmobiliarias. Ese enfoque de ordenamiento, ya ha causado un daño inmenso a nuestras ciudades, en la producción y conformación del espacio público. Y debido en buena parte a él, las ciudades venezolanas exhiben grandes distorsiones formales, espaciales y funcionales. Al respecto dice Carlos Raúl Villanueva, el Arquitecto más importante de la Venezuela contemporánea:

La libre iniciativa que, según los teóricos, debía elevar el bienestar colectivo al elevar el nivel de vida de cada uno de los ciudadanos, condujo, en cambio, al desorden más colosal, a la anarquía total, fomentando indirectamente la conciencia de la necesidad de intervenciones y controles por parte de los poderes públicos, y creando directamente toda clase de obstáculos e inconvenientes a la realización de tales controles.[6]
Según M. Valmitjana, Maurice Rotival, cuando vuelve a Venezuela en 1951, después de la interrupción de la planificación por la inestabilidad política de la década de los cuarenta del siglo XX, al enfrentarse a la inviabilidad de la ejecución de todos los proyectos viales mediante la actuación directa, propone dos caminos, para que el desarrollo de la economía de la ciudad pagara indirectamente los planes. En primer lugar plantea la posibilidad del desarrollo de la actividad turística como actividad económica capaz de financiar los planes, lo cual significa que debe haber visto cualidades notables para eso en la hasta entonces ciudad de los techos rojos. En segundo lugar, plantea la vía pasiva del ordenamiento urbano, mediante la remodelación de la ciudad por el estimulo de la capacidad rentable del suelo. Cabe preguntarse: ¿los dos planteamientos los haría simultáneamente o el segundo lo haría después de ser invitado a los Estados Unidos? a poner, según Lorenzo Casas, “al día sus ideas urbanísticas luego de su pasantía por los Estados Unidos” Esta segunda vía fue finalmente la que se impuso, en tanto resultó más atractiva para la clase que se apropió de la dirección del desarrollo urbano, desde finales de los años treinta.

Todo el andamiaje legal de la Venezuela del “Pacto de Nueva York”, relativo al desarrollo urbano, sigue vigente con su carga ideológica intacta, contraria a nuestro proyecto de país. Ninguna ciudad venezolana mejoró con su aplicación. Por el contrario todas empeoraron, desde las más grandes que se siguen extendiendo irracionalmente por retazos, hasta las más pequeñas que, excluidas de los servicios financieros, emularon a los grandes centros urbanos por los medios precarios de la autoconstrucción, pero sin fundamento en tipologías arquitectónicas. Aunque hacemos justicia, en lo social, con la notable recuperación de espacios públicos en la ciudad de Caracas, de resultados sin precedentes en nuestra historia contemporánea, y las más de 2.500.000 de viviendas construidas por la Gran Misión Vivienda Venezuela, lo cual es, sin duda, de una enorme trascendencia como logro de nuestro proceso revolucionario, no nos hemos liberado aún de el ideario en materia de desarrollo urbano, encapsulado en los instrumentos normativos del pasado.


Si la influencia norteamericana nos dejo infraestructura, eso no se realizó desinteresadamente. Al contrario, pagamos un alto precio con la destrucción de nuestro patrimonio cultural, la segregación y exclusión social, el crecimiento desmesurado e irracional de nuestras ciudades que encarece y dificulta la prestación de los servicios públicos, y el saqueo de nuestros recursos naturales, entre otros enormes problemas que ha dejado como herencia esa visión de desarrollo.

Referencias bibliográficas
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Brewer, A. (2006). La ciudad ordenada. Criteria Editorial C.A. Caracas, Venezuela.
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De Armas Chitty, J. A. (1967)Caracas, origen y trayectoria de una ciudad tomos I y II. Fundación Creole, Cromotip, caracas, Venezuela.
De Sola, I. (1967). Contribución al estudio de los planos de Caracas 1567-1967. Ediciones del Comité de Obras Culturales del Cuatricentenario de Caracas. Caracas, Venezuela.
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García, J. (1985). Análisis dimensional de modelos teóricos ortogonales de las ciudades españolas e iberoamericanas de siglo XII al XIX/ La ciudad iberoamericana. Actas del seminario de Buenos Aires. Ministerio de Obras Públicas, CEDEX, Buenos Aires, Argentina.
Howard, Ebenezer, (1902). Garden Cities of Tomorrow, General Books, Memphis, 2009.
Le Corbusier (1924). La ciudad del futuro. Ediciones Infinito (1985). Buenos Aires, Argentina.
Gonzalez Casas, Lorenzo (2017). Autopía: Modernismo motorizado en Caracas. Ccs City 450. Documento en línea https: //www.ccscity450.com.ve/ensayos/
RTG (2016). El éxodo de la ciudad hacia el este o breve historia de las urbanizaciones de Caracas a partir de 1928. Fundación Centro de Investigación y Estudios de la Venezolanidad. Documento en línea https: //www.google.com.
Vargas, Iraida/Sanoja, Mario (2013). Historia, identidad y poder. Editorial Galac. Caracas, Venezuela.
Villanueva, C. R. (1963). La ciudad del pasado, del presente y del porvenir. Textos escogidos (1980), Universidad Central de Venezuela, Centro de Información y Documentación (CID).


[1] Propuesta de Reforma Constitucional 2005.

[2] Vargas, Iraida (2013) Historia, identidad y poder. P. 30

[3]De Sola I. Contribución al estudio de los planos de Caracas. P. 153

[4]RTG. El éxodo de la ciudad hacia el este o breve historia de las urbanizaciones de Caracas a partir de 1928. P. 4

[5]Idem4. P.5


[6] Villanueva, Carlos Raúl (1963) La ciudad del pasado, del presente y del porvenir. P.58.

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